sábado, 24 de agosto de 2013

Una vitrina de colección (IV)

Una vez lijada y arreglada la superficie exterior e interior del mueble (lo que no se iba a barnizar se limpió profundamente), quedaba la fase final: la pintura.

Una de las cuestiones que me había preocupado era el color de las maderas. Recordemos que no iba a reenchapar todo el mueble, sino gran parte. Las puertas de la baulera iban a quedar con su recubrimiento de raíz de nogal, y había sectores que no tenían enchapado y que por lo tanto sólo serían lijados y repintados. Para colmo, descubrí en este proceso que el mueble estaba hecho con varios tipos de maderas, algunas más rojizas, otras más blancas, algunas más lisas, otras con más dibujos.

En un principio había pensado en usar algún tipo de tintura para emparejar los colores, aprovechando que ahora los barnices son realmente traslúcidos y se podía buscar un tono similar. Sin embargo, una nueva consulta a nuestros carpinteros amigos me dejó un buen consejo. Para emular el color que tendrá la madera luego de ser barnizada, y tener una idea de los colores, lo mejor es pasarles thinner o aguarrás con un trapo.

De esta manera pudimos ver que, aunque lijadas las diferentes partes del mueble se podían ver varios tonos de madera, al pintarlas iban a quedar mucho mejor. En realidad la vitrina quedaría de dos tonos, pero de manera armónica, con un color más oscuro en la mayor parte y un tono más claro en las puertas inferiores. Así que comencé a pintar más tranquilo.

Decidí utilizar un barniz satinado, que no es tan brillante, y comencé por la parte superior. El problema que tuve es que luego de agotar el pequeño tarro que tenía, no pude conseguir más barniz ¡por una semana! Es cierto, no tenían en ninguna de las ferreterías de mi barrio (4, en un radio de pocas cuadras) ni tampoco en la pinturería donde había comprado el tarro anterior. Así que estuve puteando durante varios días (incluso durante un fin de semana largo) porque tenía ganas de trabajar y no tenía con qué.

Finalmente, luego de esta demora, continué donde había dejado. Una de las buenas ideas que tuve funcionó doblemente. Había tapado con papeles los vidrios de las puertas para evitar rayarlos accidentalmente al lijarlas, y para que no se acumulara polvillo sobre esas superficies. Como nunca los quité, no fue necesario volver a ponerlos en el momento de pintar el mueble; sólo tuve que reforzarlos un poco y cubrir algunas partes que se habían salido.

Así, de a poco, fui cubriendo toda la superficie exterior. En general el proceso no tuvo ningún problema ni tuve que rehacer nada importante, salvo alguna que otra vez en la que cargué demasiado el pincel y sin darme cuenta generé alguna que otra marca de derrame. De todas maneras, como le ponía atención a los detalles, estos errores eran descubiertos rápidamente y podía corregirlos con la pintura todavía fresca.

Al ver la diferencia de tonos uno puede comprender mi miedo.


Lo que implica tener tres tipos de maderas.

Ahora bien, una vez terminada la parte superior, exterior, tocaba pasar a la inferior y a la interior. Para esto dejé que la pintura se secara bien y volteé el mueble, apoyándolo en una mesa de jardín.

En esa parte me esperaba un trabajo enorme, como se podrá ver en las fotos que siguen.

Era la parte del mueble que más había sido maltratada por la humedad, el abandono, la grasa, la suciedad, etc. Incluso encontré la indeseable prueba del accionar de insectos, posiblemente cucarachas, que habían hecho allí sus nidos.

Para colmo, esta parte del mueble nunca había tenido barniz, por lo que ciertas partes estaban en muy mal estado: manchadas, llenas de grasa e incluso la madera a veces tenía una contextura gomosa, tan deteriorada por la humedad que había perdido su característica dureza.

Luego de un rato renuncié a usar lijas, ya que la grasa las empastaba. En su lugar volví a usar una espátula algo afilada, que me permitió remover la grasa, junto con líquidos de limpieza. Por si fuera poco, en la parte exterior de las patas había restos de pegamento del enchapado que no salían, y se quedaron ahí.

En las fotos puede apreciarse lo opaco de la madera. En las esquinas, las manchas blancas marcan antiguos nidos de cucarachas, tal vez lo más asqueroso que tuve que remover. Ni qué decir que luego de hacerlo me lavé bien las manos, y luego procedí a lijar todo el conjunto para poder darle una buena mano de pintura. Los resultados fueron muy buenos.

Primera mano de pintura, más ligera. Después les dí una
más espesa, para una protección mayor.
A pesar de lo que había decidido previamente, y viendo que tenía suficiente pintura y tiempo, decidí pintar el interior de la baulera, que estaba en buen estado pero que tampoco había sido pintado nunca.

Más adelante, también, cuando volví a poner el mueble en posición vertical, decidí pintar el piso de la parte superior. Allí la pintura estaba opaca y rayada; en un rato la lijé suavemente y la pinté con una sola mano, ya que no había falta más que eso.

En suma, a pesar de agregar trabajo en esta parte del proceso, no gasté mucho más tiempo, ya que las grandes extensiones son más fáciles de pintar, sobre todo si están horizontales.

Así quedó el piso de la vitrina. Iba a lucir muchas de las
piezas, así que tenía que quedar bien.


Los detalles, para el final

Una vez terminada la pintura, me puse a trabajar en los detalles finales. Principalmente, la limpieza de las manijas de las puertas y la rectificación de las chapas de las cerraduras.
A la izquierda, una manija sucia; a la derecha, una limpia.
Había manchas que no salieron con el producto de
limpieza de metal, pero el resultado es incomparable.
Originalmente pensé en poner manijas nuevas, ya que las originales estaban en mal estado. Me habían contado que se podían conseguir buenos herrajes, de bronce, en una tienda especializada. El tema es que al ir allí, había demasiadas opciones. Los mejores herrajes eran muy caros; para colmo, a veces no coincidían con el estilo del mueble. Encima de todo, las manijas con dos brazos no coincidían con los agujeros en la manera (había llevado una de muestra y siempre eran o más largas o más angostas).

De manera que tuve que decidir por comprar pomos individuales, de plástico. Sin embargo, no me gustaban mucho, y finalmente, por este y otros motivos, decidí ver si podía limpiar las manijas. Además, descubrí que las planchas de plástico que estaban quebradas podían quitarse sin que la manija dejara de servir. Así que las removí, las guardé para copiarlas y reemplazarlas por otras hechas de madera (en el futuro, pediré ayuda a mis amigos carpinteros) y las puse así como quedaban.

El resultado no fue tan malo, como puede verse.

Lamentablemente la llave no respondió
igual de bien a la limpieza. Pero por lo menos
funciona de maravilla en ambas cerraduras.

El ojo de la cerradura de la puerta superior estaba tan
maltratado que no pude enderezarlo como quería. De todas
maneras, tomé una decisión práctica: lo puse en la puerta
de abajo, donde es menos visible.

Pero no todo terminó ahí. Para mí, que me gustan los detalles históricos, quedó esta curiosidad.

Al limpiar la parte trasera, que no pinté, encontré esta etiqueta de una carpintería. No sé si repararon o construyeron el mueble; la dejé tal como se ve. Lamentablemente no tiene ningún indicio de año en que fue pegada, y se puede ver muy poco de su contenido, ya que está muy deteriorada. Lo principal es el nombre de la carpintería: "Scarabino Hermanos", y parte de la dirección, en Rosario. Lamentablemente el primer dígito de la misma está cortado, literalmente, por la insición de algún objeto cortante, por lo que no sé si es un 8 o un 3 o qué más.

Es una cuenta pendiente; apenas pueda trataré de investigar algo, para saber, al menos, si esta carpintería o lo que sea sigue estando abierta, si está el edificio que la cobijó, etc.


¡Terminado!

Y sí... después de todo esto, ya no queda decir más. Es la foto que estaban esperando, ¿no? Bueno, ahí van algunas, de cómo quedó el mueble inmediatamente después de ser terminado en mi patio.







Y la final es una foto muy especial. El día en que lo metí en mi pieza empecé a poner en él las figuras, para tener idea de cómo iba a acomodarlas y de cuantas cabrían. Pero, ¿cuales poner primero? La respuesta fue sencilla: las dos que me iniciaron en la adicción: Huntress y Question.



Por la foto puedan darse cuenta que entran muchas, pero muchas figuras en cada estante... Pues bien, esas se las debo. Es la parte final de mi crónica y vendrá en unos días: cómo llené el mueble con mi colección y cómo quedó todo el conjunto. Será para más adelante.

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