El calor y el cansancio con aquella tarea hizo que, por varios días, trabajara poco o nada en el mueble. A veces era porque no tenía tiempo, o porque los ratos libres eran en horarios donde la luz del sol no estaba muy presente y se complicaba ver los detalles.
Pero también tengo que reconocer algo de cansancio mental: parecía una tarea titánica, que nunca debería haber emprendido. Estaba perdiendo las ganas y pensé en meter la vitrina a mi casa sin terminar la restauración.
Pero no bajé los brazos del todo. Necesitábamos recuperar el patio, ocupado en gran parte por la vitrina, así que junté fuerzas de nuevo y empecé a trabajar una o dos horas diaras, como en los mejores tiempos.
Había perfeccionado ya la técnica para quitar el enchapado, utilizando una espátula de metal y un martillo de madera, de los que se usan para ablandar la carne (martillo que hice hace muchos años cuando tuve carpintería en la escuela secundaria).
Había días en los que quedaba con los brazos muy cansados por los golpes y por tener que trabajar en ángulos incómodos, encorvado o incluso tirado en el suelo. Lo peor eran los días en los que apenas avanzaba algunos centímetros cuadrados, luego de una hora de trabajo. Pero todo sumaba, y así, lentamente, el mueble quedó al desnudo.
En ese momento tuve que aprender, de cero, toda una nueva serie de técnicas, para comenzar con la otra parte de la restauración, menos cansadora pero más compleja a nivel de detalle. Había que cortar, pegar y ajustar las láminas de enchapado sobre la madera.
Mis consejeros me habían dado gratuitamente unas planchas de madera de petiribí, de un milímetro de grosor.
Rápidamente aprendí que no era tan fácil cortarlas, como me habían sugerido. La madera era extremadamente fibrosa, por lo que el trayecto del cutter se torcía muy fácilmente. Además, no sé si por estar deteriorada o por una característica de esta madera, tenía deformaciones similares a las que causa la humedad. Esto hacía casi imposible trazar líneas rectas sobre la madera, tanto fuera con un lápiz como con un instrumento de corte.
Como consecuencia de esto, tenía que recortar planchas más grandes de lo pensado, porque me arriesgaba a que una línea desviada dejara como resultado una pieza más chica de lo necesario.
El proceso de trabajo era el siguiente: una vez había desenchapado la mayor parte del mueble, elegía una parte que volvería a enchapar, marcaba y cortaba esa parte y finalmente la pegaba. Esto me tomaba aproximadamente una hora de trabajo; a veces más, cuando necesitaba limpiar bien la superficie (lijando sobre lo arrancado, para eliminar restos de madera y pegamento), o cuando la pieza era grande o tenía alguna complicación.
Una vez marcado y cortado el fragmento de enchapado, la técnica que me habían enseñado era sencilla en teoría. Se ponía cemento de contacto en ambas caras: tanto en el reverso del enchapado como en la superficie del mueble. Se dejaba secar el pegamento unos minutos, hasta que ya no se pegara a la piel si se apoyaba un dedo en el mismo. Entonces se apoyaba con mucho cuidado la pieza en el sitio indicado.
Cuando ya la pieza estaba puesta y coincidía correctamente, lo que se hacía era frotar vigorosamente una pequeña plancha de madera redondeada, para asegurarse que las dos películas de pegamento se unieran, y para aplastar cualquier imperfección en forma de burbuja.
Esto también tomaba tiempo: a veces uno o dos minutos bastaban, pero hubo casos en los que había que estar cinco minutos sin pausa yendo y viniendo sobre la madera, descansar algunos minutos, verificar que nada se hubiera despegado y empezar de nuevo al ver que no era así.
Una vez me aseguraba que la pieza se hubiera pegado correctamente, había que esperar uno o dos días para asegurarse que el pegamento estuviera completamente seco. Más de una vez, incluso pasadas varias horas, descubría que alguna parte se había levantado, por lo que tenía que salir de nuevo con la pieza de madera para alisar la burbuja.
Para cuando comencé con esta parte de la restauración, todavía no había despegado totalmente el enchapado del mueble; preferí pegar algunas partes para ir practicando. Esos aprendizajes, que incluían errores, me permitieron trabajar un poco más cómodamente más adelante, cuando terminé de despegar todo el enchapado y empecé a pegar el nuevo. Si bien estaba mucho más motivado, de todas maneras me tomó un buen tiempo. Como cada trozo me tomaba entre una hora y una hora y media, casi siempre pegaba uno por día, y había que pegar 24 piezas, si no cuento mal. Y las más pequeñas eran, a veces, las que más trabajo me traían.
Una vez pegué la última pieza y esta se secó, acometí la parte final de la restauración: lijar todo el mueble para poder pintarlo. Pero eso ya es material para otra entrada. Nos vemos en unas semanas.
Lijando la parte superior de una de las puertas inferiores. Puede apreciarse el nuevo enchapado en las puertas superiores y en la base de la vitrina. |
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